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Recursos Humanos 3.0
Beyond best, the NEXT

miércoles, 27 de junio de 2012

EL DIRECTIVO VULNERABLE


ANTE LA CERTEZA DE LA FRAGILIDAD EMPRESARIAL, SE PRECISAN EJECUTIVOS FOCALIZADOS Y REALISTAS

El gurú de las nuevas tecnologías Guy Kawasaki acaba de actualizar  su aclamado y difundido decálogo de supervivencia empresarial. 
Su  tercer “mandamiento” afirma: “No te rebelarás contra las mareas económicas; no puedes  evitarlas, sólo seguirlas”.
El bache está siendo  prolongado y los expertos en macroeconomía  aún no han encontrado la pócima mágica para las heridas de la deuda, la congelación del consumo, la reducción de la demanda.
Hasta estos momentos, los gurús del  management  encontraron para cada crisis un medicamento infalible: en 1993 nació la reingeniería de procesos  con el objetivo (cumplido) de  eliminar ineficiencias productivas y  racionalizar (adelgazando) los organigramas.
En 1996 surgió la gestión por competencias, para alinear las políticas de recursos humanos con la estrategia.
El 2001 aportó el downsizing y la molecularización de las unidades de negocio.
La pavorosa novedad  de la última crisis estriba en que no ha surgido ningún concepto nuevo en el management.
Unicamente se ha llegado al consenso sobre la necesidad de centrar las empresas en lo que saben realmente hacer, en una suerte de vuelta a los orígenes (back to the basics) que implica racionalizar a toda costa la cartera de negocios excesivamente diversificada por el largo periodo expansivo precedente.
Y visiones relacionadas con un nuevo futuro corporativo a través d ela cooperación social.
Razones para la falta de aportaciones del Management
Todas las empresas (incluidas las  consideradas como modelos de eficiencia) son vulnerables, débiles y pueden desaparecer en cualquier instante.
Pocas empresas han sorteado  la crisis (salvo las excepciones bien conocidas), todas han revisado sus modos de hacer y han descubierto atónitas su fragilidad.
Hoy las empresas se encuentran desorientadas. 
Las crisis tienen efectos terapéuticos: colocan a todos en su sitio. 
Llevan a las a empresas grandes a cuestionarse su tamaño, su esencia, su negocio, en esta ocasión a volver a sus orígenes. 
Llevan a las empresas pequeñas a reinventar su modo de actuar, a encontrar un nicho de mercado propio, a sacar provecho de la profunda confusión de sus rivales de mayor tamaño. 
Y, sobre todo, las crisis obligan a los directivos a redefinir su papel, sus funciones, sus compromisos.
HACIA UN UN NUEVO LIDERAZGO
Warren Bennis señalaba que las empresas muestran en las crisis mayor entusiasmo por los perfiles directivos poco carismáticos y muy flexibles. 
El experto norteamericano indica que “parece que sólo estamos dispuestos a aceptar a aquellos líderes que no se creen mejores que los demás, anhelamos ejecutivos sencillos, que concedan autonomía y se comporten de forma agradable”.
Los tiempos actuales requieren  un nuevo perfil de líder. 
Ni el carismático, propio de los ciclos expansivos, ni el racionalista especialista en ajuste de costes, propio  de las recesiones. 
En resumen, un alquimista capacidad de equilibrar  la creatividad y la mesura. ¿Qué determina la capacidad de supervivencia de una empresa en los períodos de incertidumbre? ¿Cómo superar la vulnerabilidad, ese sentimiento de fragilidad que menoscaba la energía de los líderes?
Desde mi punto de vista la respuesta pasa por definir un nuevo perfil de directivo, consciente de la realidad emergente y humilde.  
Debemos recordar que nada hay eterno y que la mayor fragilidad de las empresas reside en la ambición de los directivos. 
La fragilidad de lo invulnerable

Veamos los componentes de ese perfil:
1)  Visión modesta, realista.
El entorno es el que es y, siguiendo el principio confuciano, nadie puede cambiarlo en solitario. 
Se trata de eliminar lo emocional (“antes éramos…”) para abrazar la honestidad: “podemos hacer”.
2)  Estrategia centrada  y muy focalizada.
Sin coherencia no hay proceso y sin proceso no se llega a ningún lugar, sobre todo en el entorno actual. 
El directivo ha de pergeñar un plan que garantice la máxima calidad del trabajo en medio del recorte de costes. 
Es decir, la magia del más con menos. Y si esto se logra, la empresa focalizará su negocio hacia dónde debe hacerlo.
3)  Flexibilidad operativa.
La estructura organizativa, los procedimientos, los modos de hacer una empresa deben poseer la consistencia del junco. 
No se trata de adaptarse a todo, sino de adecuarse a las necesidades reales del cliente. 
Aunque un directivo disponga de un plan calibrado y medido, el futuro dependerá del potencial de adaptación de ese plan a las exigencias del entorno y, sobre todo, a la madurez del responsable para ser capaz de  abandonarlo, reconociendo su error y pudiendo reducir así las pérdidas potenciales.
4)  Emoción.
Se ha asumido que las emociones son contagiosas y las ideas no, salvo que se sustenten en emociones. 
La vulnerabilidad exige pasión, emoción en la dirección, empuje. 
No caben medias tintas: los trabajadores necesitan poder creer en sus organizaciones, en sus jefes y éstos han de demostrar que confían en los suyos.
5)  Compromiso.
A todos los niveles: los lideres han de comprometerse en crear un futuro compartido para todos, con espíritu de ganar – ganar.

El desarrollo y puesta en práctica de estas habilidades ha de permitir a los directivos gestionar correctamente sus empresas en la vulnerabilidad. 
Ponerlas en juego no garantiza la supervivencia pero, al menos, sienta las bases para ella.
Como decía Baltasar Gracián, “el éxito se compra con trabajo. Si se trabaja poco, el premio será escaso, ya que poco vale lo que poco cuesta”.
Y, el esfuerzo de todos a la vez es aún más imprescindible cuando se es más vulnerable. 
Es decir, hoy.

viernes, 22 de junio de 2012

LAS EMPRESAS NECESITAN LIDERES DRUIDAS



DRUIDA, EL NUEVO ROL DE LOS DIRECTIVO TRAS EL CRASH

La sociedad  vive a nivel mundial momentos de incertidumbre, de desorientación. 
Los medios de comunicación recogen a diario noticias económicas básicamente desalentadoras, descorazonadoras. No se vislumbra una cambio de tendencia a corto plazo.
Nuestra condición de trabajadores se ve azotada por los interrogantes. 
A nivel empresarial, ¿es ésta la recesión final?, ,¿ha desaparecido el concepto de ciclo económico? ¿se trata de un necesario ajuste tras los 10 años de expansión? 
Y, a nivel personal, ¿qué hay de lo mío?, ¿me tocará marcharme a mí?, ¿cuándo?, ¿a quién de mis compañeros?, ¿se encuentran capacitados mis jefes para sacarnos del atolladero?.
Nos domina la desconfianza, una de las emociones más paralizantes en el ser humano. 
Algo tendremos que hacer, sobre todo, los que hemos de la dirección de recursos humanos nuestra vocación, nuestra profesión, nuestro anhelo.
En estas situaciones de carácter pesimista, en mi opinión,  únicamente cabe un comportamiento en los líderes empresariales: comunicar tranquilidad a los suyos. 
Claro, formulada esta quietud  desde un estado de alerta. 
Los directivos han de interpretar las señales del entorno de sus organizaciones y diseñar una respuesta adecuada que garantice la supervivencia de su empresa.
En mi opinión, los líderes se ven abocados a adoptar un nuevo rol: el de druidas.
En el mundo celta, más allá de la última versión cinematográfica del concepto, los druidas desempeñaban numerosas funciones: educadores, consejeros, místicos, médicos, jueces, adivinos. 
Un abanico de tareas que transcendían la elaboración de pociones y ungüentos, a la manera de Panoramix, el compañero druida de Asterix y Obelix, las geniales creaciones de Gosciny y Uderzo.
En realidad, tal y como apuntaba el sabio latino Estrabón antes de la Guerra de las Galias, los druidas desempeñaban un complejo rol  de científicos y sacerdotes. 
Como científicos, analizaban el medio ambiente para encontrar soluciones naturales a problemas de sus clanes. 
Como sacerdotes, creaban y dirigían ritos de celebración y consagración de los fenómenos ecológicos que servían para generar un sentimiento de identidad colectiva, un conjunto de creencias y valores intergradores de todos los miembros de la tribu.
Los druidas, que también ejercían de consejeros de grandes caudillos como Vercigentorix, generaban una visión de pueblo, una idea de futuro común que vertebraba los esfuerzos del clan por perdurar, por mantenerse unido.
Todas estas funciones druídicas constituyen a mi modo de ver las verdaderas tareas de los líderes, obligados hoy a encontrar respuestas para las incógnitas que el entorno económica suscita.
Como los druidas, los directivos deben mantener el espíritu (la misión) de sus organizaciones, renovando con decisión los principios constitutivos de cultura corporativa, afirmando el sentimiento colectivo y la voluntad por sobrevivir.
Por encima de todo, el directivo druida tiene que luchar por preservar la confianza de los empleados en la empresa y el compromiso mutuo con el futuro. Así se garantizará la continuidad del clan, tal vez en una nueva forma o tamaño, pero con vida prolongada.
Los directivos actuales disponen de un contrastado catálogo de herramientas para analizar el entorno y tomar decisiones. 
Al igual que los druidas, disponen de una especial mandrágora curalotodo: la comunicación.
Ante la incertidumbre, aporten información. 
En la incógnita, ofrezcan diálogo. 
El directivo druida debe comunicar su visión de futuro, buena o mala. Pero, sobre todo compartida.
Comunicada la visión, fijado el rumbo, la empresa estará en condiciones de actuar ordenada y acompasadamente. 
Sin miedos, sin rumores porque el destino será claro.
En conclusión, algunas  recomendaciones para aquellos líderes que deseen abrazar su condición de  druidas:
  1. Mantengan la calma y analicen el entorno.
  2. Formulen planes de acción y comuníquenlos a sus empleados.
  3. Dialoguen sobre la puesta en marcha de los planes y escuchen la voz de los clientes.
  4. Inventen alguna poción, algún rito que reafirme el sentimiento de pertenencia.
Ya afirmaba Séneca, cuando los druidas eran definitivamente derrotados por las legiones de Julio César, “no existe viento favorable para quién no sabe a dónde va”.
Ese es el nuevo rol de los directivos: la decidida elección de un rumbo, de un destino. 
¿Por qué no configurarse como una pequeña aldea de galos irreductibles al victorioso ejército romano?.